En mi diario personal de encuentros sexuales que estoy llevando a lo largo de mi vida como chica Scort, recuerdo mucho a Daniel, a quien le encantaban las relaciones llenas de fuego y en especial de ese que emana de las velas.

Yo soy Isabel, una chica de cabellos rojizos, de 35 años, blanca, delgada, de tetas muy bonitas y dóciles, una colita flexible y redondo y una vulva carnosa, de labios grandes y jugosos.

Daniel me contrató para complacerlo en su caliente fantasía y yo cedí a todos sus caprichos carnales. Nos fuimos a su hotel de costumbre y en su bolso llevaba velas y fósforos con los cuales recrearía nuestra fogata amatoria y que de paso serviría para nuestro momento de sexo con calor de verdad para ponernos al rojo vivo mas rápido

Él es un moreno muy velludo, simpático, deportista, de músculos definidos, pectorales ricos, tetillas carnosas, unas nalgas divinas y duras y un pene grande, grueso y muy venoso, pero bello para comérmelo todo

Al llegar dejamos sólo una luz muy tenue en la habitación, él se sentó en la orilla de la cama mientras yo le bailaba seductoramente. Lo desvestí y al tiro su pico estaba totalmente erguida. Me quitó los hilos con sus dientes y comenzó a pasarme suavemente su lengua carrasposita por mi  concha.

En medio de esa excitación total, se levantó y comenzó a encender sus velas de diferentes tamaños, poniéndolas a nuestro alrededor. Unas directamente en el piso, otras sobre el mobiliario y me decía que me masturbara. Él me veía como yo me tocaba deliciosamente, me sacaba la lengua insinuándome sexo oral y también se masturbaba.

Al estar en medio de esas llamas se vino sobre mí y comenzó a culiarme fuertemente. Me hizo suya en diferentes poses, me lo metió por completo en mi boca y con fuerza.

Hicimos un rico 69 y me metió sus dedos en el culo. Aguantando las ganas de acabar, tomó una vela y comenzó a vaciar esa fuerte, caliente y espesa espelma sobre mi cuerpo. Yo me retorcía por esas extremas quemadas que avivan la pasión y así me la fue echando sobre las tetas, en los pezones, en mi abdomen, los muslos y al final las ultimas goticas en mi propia vulva. Yo gritaba y gemía de placer. Cuando dejó de ponerme en sus “brasas eroticas”, me pidió que le hiciera lo mismo a él.

Poco a poco lo fui quemando con  goticas de  espelma que parecía semen sobre su cuerpo. Le eché en los pectorales y en sus tetillas. Ese hombre se ponía rojo de la excitación. Fui bajando por su abdomen y le eché varias gotas de espelma que parecía una acabada de leche sobre su pecho.

Él se masturbaba y le eché en los músculos peludos, en sus cocos llenas de semen, en el tronquito de su grueso miembro y por último en la cabeza babosa de su pico.

Ahí se puso de pie, me cogió muy duro por el culo y me lo llenó full de leche como la caliente espelma.

Akiles

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